Lo cierto es que los estudios demuestran que las emociones , como el estrés , el aburrimiento o la tristeza , condicionan la manera en que nos relacionamos con la comida. La evidencia la podemos encontrar en que nosotros al igual que los animales cuando tenemos mucho hambre tendemos a estar agitados , en alerta e incluso,
irritables ya que esta condición estimula la búsqueda de alimento. En cambio , después de una comida los nutrientes llegan al cerebro y a través del sistema nervioso se genera una sensación de calma en la que el humor tiene más probabilidades de ser positivo que negativo.Por lo tanto el resto de cambios anímicos afectará de manera significativa sobre nuestra alimentación.
En cuanto al estrés, este afecta a la salud de manera directa a través de múltiples procesos fisiológicos, pero también es capaz de cambiar comportamientos que se relacionan con la salud, como la selección y la ingesta de alimentos. Los estudios indican que la mayoría de las personas experimentan cambios en la conducta alimentaria en respuesta a una situación de estrés. Sin embargo, esta respuesta no es la misma en todos los individuos. Es más, puede ser la opuesta.
Un trabajo publicado en la revista científica Appetite calculó, a partir de datos de varias investigaciones, que mientras un 30% de los sujetos estudiados manifestaron un aumento en su apetito, casi un 50% revelaron una disminución de las ganas de comer. Estos efectos parecen ser distintos en función del tipo de persona que siente estrés: quienes restringen la ingesta de manera habitual suelen responder con más apetito y ganas de comer que quienes no la limitan de forma cotidiana.
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